En el frente ruso hace mucho frío; eso contaba Diego, ya fallecido, que con 18 años de edad se incorporó como soldado de infantería en la División española de voluntarios, en el frente de Leningrado (San Petersburgo) durante la IIªGM. Contaba el hombre que, a los pocos días de llegar, su compañía entró de relevo en primera línea y fue allí donde vio a los primeros rusos, una docena aproximada que habían caído prisioneros, y allí Diego hubo de cumplir su primera orden realmente marcial.
-A ver, el nuevo: acompañe usted a estos prisioneros hasta el puesto de mando del batallón para ser interrogados y pida recibo escrito de su entrega.
¿Yo sólo? preguntó Diego al oficial
Sí, usted sólo, le respondió el teniente.
Diego y sus 18 años, estaban bien acojonados, una docena de prisioneros rusos, un kilómetro de paseo por la nieve hasta el puesto de mando del batallón: ¡estos me desarman por el camino y me matan! estaba pensando Diego cuando un soldado veterano que se percató de su congoja se le acercó y le dijo: no te preocupes, estos no se escaparán, saben que mientras sean prisioneros nuestros están bajo protección española, si escaparan y cayeran en manos de los alemanes, ya saben lo que les espera, no te preocupes, no te harán nada.
Y este fue el primer acto de guerra del bueno de Diego, que con 18 años se alistó como voluntario para el frente ruso porque en su pueblo, allá en Jaén, los chicos se quitaban el hambre a bofetadas en los duros años de nuestra postguerra civil.
A diferencia de la juventud de la generación de Diego, la actual está bien alimentada, en algunos casos exageradamente bien alimentada; ¿entonces?,


¿Qué se nos ha perdido en el frente del Este?.
¿Acaso tiene España algún conflicto irresoluble con Rusia?
No hay motivo irresoluble alguno para cabrear a Rusia, la cual puede influir en Argel para que nos restrinja aún más el suministro de gas. No se nos ha perdido nada en el Este, no es nuestro «espacio vital».
En el conflicto latente en nuestra frontera sur con episodios no tan lejanos como la guerra de Sidi Ifni o la más reciente marcha verde sobre el Sáhara, España no recibió ningún apoyo de los países de la OTAN, más bien fue al contrario, y en un posible futuro conflicto armado en dicha frontera sur no tenemos garantía alguna al respecto de que haya un cambio de política por parte de los que se dicen son nuestros aliados. «Líbreme Dios de mis amigos, que de mis enemigos ya me cuido yo».
Sin embargo de todo lo anterior, la cuestión principal es si Estados Unidos puede permitirse el jujo de meterse en una nueva guerra.
Después de Afganistán, Estados Unidos quiere recuperar prestigio y peso mundial, pero ni el mismo Biden tiene verdadera intención de entrar en guerra abierta con Rusia sin saber qué hará China, la cual sin duda quedaría con las manos libres para anexionarse Taiwan y Corea del Norte al mismo tiempo que atacaría Corea del Sur.
Estados Unidos no puede liarse en una guerra con Rusia, su principal amenaza ahora es China, y no sólo en lo económico. En la IIªGM, Alemania y Japón no podían competir con la capacidad industrial de Estados Unidos; para reponer un avión o un carro de combate perdidos, a Alemania y a Japón les costaba sacrificios; Estados Unidos los hacía como churros, pero Estados Unidos ya no tiene aquella capacidad industrial, Detroit, por ejemplo, es una ciudad abandonada, semidesértica, con un ayuntamiento en banca rota, con edificios que amenazan ruina; la que fuera la ciudad del automóvil, de la Ford, es esa misma del programa televisivo “Empeños a lo bestia”.
A día de hoy las empresas norteamericanas fabrican en China y en el sudeste asiático. Es ahí donde Occidente inició su declive.
Por otro lado Estados Unidos tiene un gran desequilibrio y falta de cohesión social, como prueba de ello baste recordar los disturbios cuando salió Trump y los cíclicos disturbios raciales. La población hispana ya no es una minoría entre anglosajones, sino uno de los dos grupos mayoritarios, por delante de los afroamericanos, una población hispana que se ve como dueña de unos territorios que habían pertenecido a sus abuelos y que ahora ellos trabajan como jornaleros donde antes eran señores; los Estados de la antigua Confederación no han abandonado su espíritu claramente secesionista; los asiáticos tampoco están integrados y mucho menos están integrados los inmigrantes musulmanes. La deseada multiculturalidad no funciona ni ha funcionado nunca.
Estados Unidos no puede correr el riesgo de meterse en una guerra con Rusia que, de perderla, le pondría en riesgo incluso de desaparecer como nación, como le ocurrió al Imperio Austrio-Húngaro o al Imperio Otomano tras la IªGM.
No habrá enfrentamiento a gran escala pero, pobre Ucrania, quedará arrasada y probablemente dividida como país.
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