Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, ministro italiano de la absoluta confianza del rey reformista Carlos III, al que venía sirviendo desde el anterior reinado de éste en Nápoles (1759), quiso poner y puso en marcha un programa de modernización de la villa de Madrid, cuya suciedad, insalubridad e inseguridad eran consideradas indignas de una Corte ilustrada que además era la capital del más extenso imperio conocido.

Dicho programa de modernización  incluía la limpieza, pavimentación y alumbrado público de las calles, la construcción de fosas sépticas, así como la creación de paseos y jardines.

Entre tales medidas se incluyó la renovación de una prohibición, ya existente respecto a la vestimenta, que pretendía erradicar definitivamente el uso de la capa larga y el chambergo (sombrero de ala ancha) y otros modelos especificados, bajo el argumento de que el embozo permitía el anonimato y la facilidad de esconder armas, lo que fomentaba toda clase de delitos, violaciones y desórdenes, sobre todo nocturnos.

El Bando es fecha 10 de marzo de 1766 y en él Esquilache expone: “Quiero y mando que toda la gente civil… usen precisamente de capa corta (que a lo menos les falta una cuarta para llegar al suelo) y sombrero de tres picos, de forma que de ningún modo vayan embozados ni oculten el rostro … y por lo que toca a los menestrales y todos los demás del pueblo  aunque usen de la capa, sea precisamente con sombrero de tres picos o montera … bajo pena por la primera vez de seis ducados o doce días de cárcel, por la segunda doce ducados o veinticuatro días de cárcel…».

Este Bando fue visto por el pueblo llano como la imposición de una moda de procedencia extranjera, italianizante, y fue la chispa de una revuelta popular que, aunque espontánea, sin duda se vio favorecida por intrigas socio-políticas de extraordinaria complejidad, a lo que se añadió la subida desmesurada del precio del pan, cuyos efectos se intensificaron porque los acaparadores de trigo, empezando por la nobleza y el clero, que percibían la mayor parte de sus rentas en especie,  no tenían ningún incentivo para vender barato y habían esperado a que el precio subiera al máximo.

Estos hechos, que dieron origen a la revuelta de marzo de 1766, precursora de lo que unos años más tarde sería en París la Revolución Francesa,   han pasado no sólo a la historia, sino también y en gran medida al arte (pintura, literatura y teatro), siendo conocidos como “El motín de Esquilache” cuyas consecuencias políticas directas fueron el destierro de Esquilache y, mediante la Pragmática Sanción, la primera expulsión de todos los reinos y territorios hispánicos de la Compañía de Jesús, a la que se consideró instigadora directa de la revuelta, la cual estaba en pugna abierta con otras órdenes religiosas así como el sector masónico de la Corte encabezado por el Conde de Aranda.

Carlos III, que llegó a temer por su vida y que, contra el criterio de sus ministros italianos, se negó a usar al ejército, en concreto las Guardias Valonas, para reprimir a los sediciosos, llegó a decir la conocida frase de: “Los españoles son como los niños, lloran cuando se les lava la cara”.

Solucionado el problema del acaparamiento y abastecimiento de trigo y con ello la bajada del precio del pan, causa de fondo principal de la revuelta, las capas y chambergos fueron desapareciendo paulatinamente para pasar a identificarse con la vestimenta del verdugo a quien nadie quería recordar.

Qué pensaría Esquilache si viese la actual moda de los «orejas frías», individuos que adoptan una indumentaria que favorece el anonimato, siendo un hecho perfectamente contrastado que el anonimato casi siempre es favorecedor de todo tipo de desmanes. No hay acto vandálico donde no aparezcan los «orejas frías»; eso no quiere decir que todos los orejas frías sean unos alborotadores, saqueadores e incendiarios del mobiliario público, sin embargo allá donde hay desmanes, saqueos e incendios del mobiliario público siempre hay orejas frías en abundancia.

Ya pueden gastarse las administraciones públicas ingentes cantidades en poner cámaras de visionado en la vía pública, que mientras a los orejas frías no se les aplique el Bando de Esquilache, tales cámaras resultan de cierta inutilidad si lo que se pretende es identificar a los autores de desmanes, porque maldad o incivismo no implica normalmente ser tonto o poco precavido, de manera que tales cámaras , salvo honrosas excepciones, sólo acaban sirviendo para ver qué hacen, a dónde van y a qué dedican su tiempo libre los ciudadanos que andan por las calles sin ocultar el rostro, y todo ello sin necesidad de solicitar autorización judicial alguna, con la excusa de que es en la vía pública.

Svetlana Petrova (Socióloga)

Por Svetlana Petrova

Socióloga