Ha llegado, por fin el día esperado. Una cita histórica e inédita por la fecha de la celebración de la votación, en plena y tórrida canícula, un inhóspito 23 de julio abrasador. La cita, con el sorpresivo adelanto electoral, reviste un carácter plebiscitario.

Superada una intensa, tensionada, áspera y aborrecible campaña electoral, cuajada de violencia verbal y pobreza programática, los ciudadanos estamos convocados a emitir el derecho al voto para decidir el presente inmediato y el futuro de España y no hemos de defraudar.

Como se recoge, con magistral agudeza y fina ironía y perspicacia, en una viñeta de un periódico de gran tirada, como resumen de la campaña electoral, de los dos candidatos mejor situados para ser nombrado futuro Presidente del Gobierno, uno no miente, dice inexactitudes y el otro, tildado por muchos medios, como embustero compulsivo, no miente, son simplemente cambios de opinión y de posicionamiento. Por cierto, Trump definía la mentira como una verdad alternativa.

El voto por correo tendrá, sin lugar a dudas, su peso específico. Reconocer, por ser de justicia, el esfuerzo ímprobo, hercúleo, de los trabajadores de Correos, afrontando un desafío, en aras de garantizar el derecho de sufragio personal, universal, directo y secreto.

Es imprescindible que haya una afluencia masiva a los colegios electorales. Estas elecciones  tienen una gran trascendencia para la estabilidad de España.

Es necesario combatir el fantasma de la abstención. Más que nunca nos incumbe hacernos oír. Es fundamental para consolidar la democracia participativa. Si no vas, luego no te quejes.

Que cada uno elija, en libertad y conciencia, con responsabilidad, reflexivamente, lo que considere más conveniente, sopesando serenamente los pros y los contras de su decisión.

Atrás quedarán los pronósticos, las encuestas electorales, los vaticinios. Las ilusiones, los sueños. Se impondrá la realidad plasmada en el escrutinio de votos.

Las urnas dictarán sentencia.

Es preciso un Gobierno que reconozca las libertades individuales y colectivas, que garantice los derechos humanos. Un Estado que fomente la competencia económica en una economía de mercado. Que no tolere los monopolios ni los privilegios. Un Estado en que se respete al ciudadano, que nadie esté por encima de la ley y que todos los poderes tengan que dar cuenta de sus actos. Evitar discriminaciones positivas que para unos son siempre negativas y constituyen una fuente de división y de conflicto social.

Pugnarán ante las urnas, a buen seguro, el voto incondicional, el voto cautivo o subsidiado, el voto útil y el voto de castigo.

Y, no está de más, efectuar un encarecido ruego de madurez democrática, a los Partidos Políticos y Coaliciones, a sus líderes, siendo lo deseable que quien resulte perdedor dé una lección ejemplar de elegancia y respeto al adversario político, admitiendo la derrota.

El que gane no debe ufanarse  y alardear de su victoria con soberbia y arrogancia en la victoria, sino que debe comprometerse con el bien público y el interés social general. E incluso, llegado el caso, tender la mano a la oposición.

Debería gobernar para todos, respetando la pluralidad y la diversidad, con inclusividad.

José María Torras Coll

Sabadell