En un Estado Social y Democrático de Derecho, como es el de España, los ciudadanos, como electores, tienen reconocido el derecho a emitir su voto en las convocatorias electorales mediante sufragio universal, libre, directo y secreto. Ese derecho es el resultado de las luchas sociales. No es frutos del azar o del destino.

Son diversas las modalidades de votantes. De entrada, cabe distinguir entre los que no acuden a las urnas.

El votante ausente. Es el que decide abstenerse. Suele mostrar con ello indiferencia, abulia y desafección.

En los próximos comicios ese votante puede ser determinante. El porcentaje de abstención registrado en las recientes elecciones locales y autonómicas fue considerable. Los partidos políticos deberán emplearse a fondo para movilizar a ese votante renuente, remiso.

El otro grupo es que el que aglutina a los ciudadanos que ejercen el derecho al voto.

Y su clasificación es variopinta.

Está el voto fatalista. O voto resignado. Este elector votará por un candidato porque considera que no tiene otro margen de elección. A este votante se le olvida la opción de abstenerse. Se resiste a entregar su papeleta a un desconocido. Suele ser desconfiado.

El votante resentido. Se deja llevar más bien por sus sentimientos y emociones, soslayando el razonamiento lógico. Se denomina también el voto de castigo. Alimenta el resentimiento. Muestra su queja y la proyecta usualmente frente al partido gobernante. En su comportamiento hay un componente de venganza. Quiere pasarle factura a quien considera le ha perjudicado.

El votante fanático. Es un fan del político. Percibe a su candidato favorito como un ser perfecto, sin errores, sin debilidades. Lo idealiza. No le ve defectos, ni imperfecciones. Se deja llevar por la pasión. Le seduce el griterío, los lemas, las consignas más bien populistas.

El votante militante. Es aquel que se halla vinculado a un determinado partido político por razones ideológicas. La militancia partidaria no es una simple afiliación. Puede tratarse de un votante clientelar. El militante, salvo excepciones, no suele ser un tránsfuga de la política. No abjura de sus pensamientos, de sus convicciones.

El votante clientelar. Su idea es participar en el proceso electoral concibiéndolo como una suerte de oportunidad de negocio. Es decir, con el propósito de un intercambio negocial. Se nutre de las subvenciones, de bonos, de dádivas, de regalías, etc. Este votante considera que debe ser agradecido con el candidato o partido. Suele formar parte red clientelar de corruptela que controla el sistema polí­tico. Determinados políticos explotan las miserias y debilidades humanas. Al pairo de demagógicas promesas captan adeptos a la causa.

El votante alienado. Carece de formación política. Es voluble. no identifica sus intereses, prioridades e ideales. Pueden caer en el contagioso gregarismo.

El voto del miedo. Es un voto cobarde. Se apela a él por la formación política que teme perder la hegemonía. Es una estrategia recurrente invocando un pasado regresivo.

El votante consciente. Es un elector con formación, responsable, reflexivo. Es observador crí­tico, se mantiene informado por diversas fuentes, valora las alternativas, cuestiona a los candidatos, exige debate de propuestas polí­ticas. Es un votante comprometido. Es el que puede cambiar el rumbo de la dinámica de la corrupción dentro del sistema político. Suelen ser escasos y son detestados por las formaciones políticas demagogas, ya difícilmente podrán ser manipulados.

Y otro elector, es el estratega, el que ejerce el llamado voto útil. Suele especular acerca del eventual resultado que deparen las elecciones. Concede máxima prioridad a la concentración del voto. Persigue evitar la dispersión del voto en múltiples alternativas. Ese voto útil tiende a polarizar las elecciones. Fomenta el bipartidismo.

En esa clasificación, a buen seguro, que el apreciado lector /elector, podrá identificarse.

José María Torras Coll

Sabadell