La política se dice es el arte de lo posible y diríase, a juzgar por lo visto, hasta de lo imposible o inverosímil.

La escenificada reunión que mantuvo en la sede del Parlamento Europeo, en Bruselas, la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Yolanda Díaz, por cierto, vestida con la misma indumentaria con la que fue recibida en audiencia privada por Su Santidad, el Papa, con Carles Puigdemont, constituye un bochornoso encuentro, aderezado de risas, mimos, carantoñas y piropos, con pomposa ostentación exhibicionista, a fin de conseguir, a toda costa, captar los siete votos imprescindibles de Junts para lograr la investidura del Sr. Sánchez.

Es una vergonzosa, vergonzante e inaudita falta de ética política y de estética pública.

Una ignominiosa complicidad con un fugado de la Justicia española. Una indecencia.

Un indigno ejercicio de rendir culto de pleitesía a un prófugo de la Justicia cuyo objetivo era acabar con las instituciones que garantizan la igualdad entre los españoles.

Un acto, sin precedentes, bochornoso, que mancilla la imagen de nuestro país y da un sonoro bofetón al prestigio y credibilidad del Poder Judicial que se ve humillado, vilipendiado, desnaturalizado y deslegitimado.

Es el escandaloso precio de la legislatura, sin rescoldo de conciencia, a la rehabilitación pública de un huido de la Justicia que no escatima en exigencias para entronizarse en su chantaje.

Imagínense, por un momento, a los acendrados policías, guardias civiles, funcionarios judiciales, Ministerio Fiscal, Magistrados del Tribunal Supremo y al infatigable Juez Llarena. Con qué estado de ánimo puede seguir para justificar ante cualquier país europeo la urgencia de que Puigdemont sea extraditado para ser juzgado por la fallida intentona de 2017 y malversación pública cuando el Gobierno se apresta a suplicarle su respaldo parlamentario, por lo que parece, a cualquier precio.

José María Torras Coll

Sabadell

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