Se han cumplido 383 años desde el inicio de las hostilidades y seguimos como estábamos. Algunos, aquí y allá, siguen pensando que se puede cortar el tronco sin dañar las ramas, como si todo el conjunto no formase parte del mismo árbol, porque si cae el tronco que se olviden las ramas de subsistir cada una por su cuenta.

Francisco Manuel de Melo«Separación y Guerra de Cataluña»

Francisco Manuel de Melo pertenece a una época en que los intelectuales, a diferencia de ahora, eran además hombres de acción, pues se consideraba que la pluma no estaba reñida con la espada. Nacido en Lisboa en 1608 de padre portugués y madre castellana, fue escritor, político y militar, historiador, pedagogo, dramaturgo y poeta. Estuvo al servicio de la armada española en Flandes, entre otros destinos, participando en importantes hechos de armas, pero quizás su obra más conocida sea el libro “Separación y guerra de Cataluña” dedicado a los prolegómenos y al primer año de la guerra, en la que participó en su doble condición de comandante de tropas y de lo que hoy llamaríamos cronista o corresponsal de guerra.

La suya fue, lo que hoy diríamos también, una vida de película llena de aventuras, que no le privaron de estar 11 años en prisión en Portugal, independizado ya  de España, y desterrado posteriormente en el Brasil donde concluyó el libro.

Este libro habría de ser de lectura obligatoria en todos los institutos de Cataluña pues, a pesar de que han transcurrido ya 383 años desde aquel corpus de sangre de 1640, los discursos de los principales protagonistas difieren muy poco de los que actualmente se pueden oír en mítines o por televisión.

El discurso de Pau Claris,  Diputado de lo General, no tiene desperdicio, como tampoco tiene desperdicio la carta que manda a Richelieu el comandante del cuerpo expedicionario francés antes de abandonar Barcelona y dejar a los catalanes a su suerte.

En escena tenemos dos países que se disputan la hegemonía en Europa,  la Francia de Richelieu (el de los tres mosqueteros) y la España de Felipe IV que entonces era mucho más que la Península Ibérica. Entre ambos gigantes tenemos a Cataluña, y más alejado pero aprovechando la oportunidad, como de costumbre, está Inglaterra provocando la independencia de Portugal, país entonces muchísimo más importante que Cataluña y que desde entonces no ha sido sino un protectorado británico y así le ha ido.

Olivares le presentó al Rey un memorial para su proyecto de “Unión de Armas”, muy novedoso para la época, según el cual todos los «Reinos, Estados y Señoríos» de la Monarquía Hispánica habrían de contribuir en hombres y en dinero a su defensa en proporción a su población y a su riqueza. Así la Corona de Castilla aportaría 44 000 soldados; el Principado de Cataluña, el Reino de Portugal y el Reino de Nápoles, 16 000 soldados cada uno; los Países Bajos del sur 12 000 soldados; el Reino de Aragón 10 000 soldados, el Ducado de Milán 8000 soldados, y el Reino de Valencia y el Reino de Sicilia 6000 soldados cada uno, hasta totalizar un ejército formidable de 140 000 hombres, capaces de poder hacer frente a las necesidades bélicas de la época.

Todo ello resumido en su aforismo «Multa regna, sed una lex«, Muchos reinos, pero una ley: “Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su Monarquía, el hacerse Rey de España: quiero decir, Señor, que no se contente Vuestra Majestad con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, sino que trabaje y piense, con consejo mudado y secreto, por reducir estos reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia, que si Vuestra Majestad lo alcanza será el Príncipe más poderoso del mundo.”

Olivares era consciente de la dificultad del proyecto ya que tendría que conseguir la aceptación del mismo por las instituciones propias de cada Estado, sus Cortes, muy celosas de sus fueros y privilegios.

En 1635 Francia invadió la Cataluña norte y puso sitio a la plaza de Salses. Olivares se propuso concentrar en Cataluña un ejército de 40 000 hombres para atacar Francia por el sur. A este ejército el Principado tendría que aportar 6000 soldados. Pronto surgen los conflictos entre el ejército real compuesto por mercenarios de diversas «naciones», incluidos los castellanos, con la población local a propósito del alojamiento y manutención de las tropas.

Olivares, necesitado de dinero y de hombres, confiesa estar harto de los catalanes, y, en febrero de 1640, cuando ya hace un año que la guerra ha llegado a Cataluña, Olivares le escribe al virrey Santa Coloma:

«Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella… Si la acometen los enemigos, la ha de defender su rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de cobrar las plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle el tiempo que no se puede campear, no le ha de alojar la provincia… Que se ha de mirar si la constitución dijo esto o aquello y el usaje dijo lo otro, cuando se trata de la suprema ley, que es la propia conservación de la provincia.»

Dos años antes, otro hecho había conducido a un mayor deterioro de la ya enrarecida relación entre Cataluña y la Corona, fue la negativa en 1638 de la Diputación de lo General a que tropas catalanas acudieran a levantar el Sitio de Fuenterrabía (Guipúzcoa), a donde sí habían acudido tropas desde Castilla, las provincias vascas, Aragón y Valencia.

En mayo de 1640, campesinos gerundeses asesinan a los soldados de los Tercios que tenían alojados en sus casas. A finales de ese mismo mes, los campesinos llegan a Barcelona y el 7 de junio de 1640, fiesta del Corpus Chisti, rebeldes mezclados con segadores que habían acudido a la ciudad para ser contratados para la cosecha, entran en Barcelona y estalla la rebelión. «Los insurrectos se ensañan contra los funcionarios reales y los castellanos; el propio virrey procura salvar la vida huyendo, pero ya es tarde, muere asesinado en la playa de Badalona. Los rebeldes son dueños de Barcelona».

La situación cogió por sorpresa a Olivares, ya que la mayoría de sus ejércitos estaban localizados en otros frentes y no podían acudir a Cataluña. El odio a los Tercios y a los funcionarios reales pasó a generalizarse contra todos los hacendados y nobles situados cerca de la administración. Ni siquiera la Generalidad controlaba ya a los rebeldes, que lograron apoderarse del puerto de Tortosa.

El Clérigo Pau CLarís, Diputado de lo General y uno de los principales instigadores de los hechos, pronto se dio cuenta que la sublevación derivó en una revuelta de empobrecidos campesinos contra la nobleza y los ricos de las ciudades que también fueron atacados. La oligarquía catalana se encontró en medio de una auténtica revolución social entre la autoridad del rey y el radicalismo de sus súbditos más pobres. Viendo Clarís que no controlaba la revuelta impulsó la decisión de poner Cataluña bajo la protección y soberanía francesa. Los gobernantes catalanes se aliaron mediante el “Pacto de Ceret” con Richelieu, que no perdió una oportunidad tan buena para debilitar a la Corona española. Llegado el mes de septiembre, la Diputación catalana pide a Francia apoyo armamentístico.

Olivares comienza a preparar un ejército para recuperar Cataluña y con grandes dificultades se sacan tropas de donde se puede, las cuales son enviadas a la ciudad de Tarragona, que no había secundado la sublevación. Olivares decide poner al frente de tales tropas a un general valenciano, el Marqués de los Vélez,  pues en la Corte se piensa que para tratar con los catalanes es mejor alguien de su misma lengua  y costumbres. Pasada revista a las tropas el día previo a su salida de Tarragona, suman 20.000 soldados, ejército formado, como era natural en el ejército del Rey, de hombres de distintas naciones; así la caballería era mayoritariamente napolitana, mientras que el grueso de la infantería era mayoritariamente portuguesa, los artilleros y especialistas eran alemanes y suizos.

La campaña empezó bien, saliendo de Tarragona vencieron sin dificultad las resistencias que encontraban  en el trayecto y en pocos días el ejército del Rey llegó a las puertas de Barcelona. El Marques de los Vélez y un grupo de oficiales temerariamente se acercan a caballo a las murallas para inspeccionarlas, siendo recibidos con una cerrada descarga de arcabuces que espantan al caballo del general y cae éste a tierra, inmediatamente se levanta, se sacude el polvo y vuelve a montar, destacando aquí Melo, como en otros párrafos,  la templanza de quien él considera un gran capitán. Tras ello los oficiales celebran consejo de guerra y ante la dificultad evidente de tomar Barcelona por asalto, dada la robustez de unas murallas terraplenadas,  se decide empezar desalojando Montjuic, y es aquí donde Melo nos pone de manifiesto un hecho que él considera un mal augurio, el exceso de confianza provoca que el sargento mayor de las tropas alemanas sea muerto atravesado por varios arcabuzazos.

Llevaban ya varios días de hostilidades cuando el 26 de enero de 1641, al puerto de Barcelona llegaron la tropas francesas y cuando días después también llegó al campamento real la noticia de que Portugal, apoyada por Inglaterra, había declarado su independencia. Nos cuenta Melo cómo la tropa portuguesa que era mayoritaria en la infantería, apoyada por sus oficiales, se plantó y se negó a seguir combatiendo, pidiendo licencia al general para volver a Portugal. Reforzada Barcelona con el cuerpo expedicionario francés y disminuido considerablemente el número de efectivos del ejército del Rey, Vélez y su estado mayor deciden volver con el ejército a  Tarragona, tras licenciar a los portugueses, ocurriendo entonces un hecho triste y luctuoso: el comandante de la caballería napolitana tenía como segundo al mando a su propio hijo, el cual antes de marcharse quiso despedirse de Barcelona haciendo una galopada ante sus puertas pensando seguramente que, puesto que se iban, nadie le dispararía, pero lo cierto es que desde las murallas le hicieron varias descargas y el joven llegó al campamento real moribundo, con gran tristeza para su padre y sus compañeros, teniendo que ser enterrado, deprisa y corriendo, en el mismo sitio donde había fallecido.

Pasarían 10 años hasta que el ejército del Rey pudiese volver a Barcelona.

En cuanto a Cataluña, irónicamente, padeció con Francia la situación  que durante tantas décadas había conseguido eludir con España, es decir, tuvieron que sufragar un ejército y ceder su administración a un poder extranjero, dado que Luis XIII nombró un virrey francés y llenó la administración catalana de franceses, siendo el coste de mantenimiento del ejército francés cada  vez mayor y mostrándose más como un ejército de ocupación que como un ejército aliado, Cataluña pasó a ser un nuevo mercado para Francia, momento en que los catalanes pensaron que su situación con Luis XIII había empeorado respecto de la situación que tenían con Felipe IV.

Conocedor del descontento de la población catalana por la ocupación francesa, Felipe IV considera que es el momento de atacar y en 1651 un ejército dirigido por Juan José de Austria comienza un asedio a Barcelona. El ejército francocatalán de Barcelona se rinde en 1652 y se reconoce a Felipe IV como soberano y a Juan José de Austria como virrey de Cataluña. Aquí Melo transcribe la carta que el comandante del cuerpo expedicionario francés envía a Richelieu, que pone de manifiesto la poca confianza que a los franceses inspiraban los catalanes, la carta es larga y viene a decir: «esta gente no tiene remedio, se rebelan contra su señor natural por no querer contribuir al sostenimiento del ejército que defiende su integridad territorial contra nosotros mismos y luego se niegan a sufragar los gastos que les reporta nuestra ayuda.»

Esta inestabilidad interna y su resultado final fue dañino para España, pero también lo fue para Cataluña que perdió la hoy llamada Cataluña Norte. Por otra parte, Francia aprovechó la oportunidad para explotar una situación que le rindió grandes beneficios a un coste prácticamente nulo, cumpliéndose el deseo de Richelieu de que la frontera entre Francia y España volviese a ser la misma que el Imperio Romano estableció entre Hispania y las Galias, es decir, los Pirineos.

Como resultado final, Francia tomó posesión definitiva del principal territorio transpirenaico de España y la larga guerra en Cataluña permitió que la independencia de Portugal se consolidara.

A lo largo del libro Melo se permite reflexiones propias, las cuales van todas en el mismo sentido, que los gobernantes sensatos han de moderar sus afectos pues una vez desencadenados los hechos son de incierto resultado y muchas veces más se puede perder que ganar.

A pesar de sus casi 400 años, la temática y diálogos del libro de Melo es de rabiante actualidad.

Por Antonio

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