La princesa Leonor se citó con el destino. Al cumplir 18 años, alcanzada la mayoría de edad, juró de forma solemne y simbólica acatamiento a la Constitución Española de 1978.

No se entiende que, en estos tiempos, se pongan en riesgo cuatro décadas de indudables avances políticos, sociales y económicos conseguidos desde el consenso, la concordia, el diálogo, la generosidad y el compromiso de los responsables políticos.

La Carta Magna que nos dimos los españoles, ratificada en referéndum, lo fue por abrumadora mayoría.

La Princesa, con sorprendente aplomo, con sobriedad y templanza, con sencillez, naturalidad y muestras de madurez y responsabilidad, se comprometió con los principios democráticos y con los irrenunciables valores constitucionales.

Sometimiento al Derecho, aceptación del sistema parlamentario y respeto a la independencia y separación de poderes.

Simboliza y representa la unidad y permanencia de España en una coyuntura histórica difícil y delicada, en los que la Monarquía parlamentaria cobra un protagonismo de capital importancia, en tiempos de zozobra institucional. Recibió del Presidente del Gobierno, en funciones, Pedro Sánchez, explícitas muestras de lealtad, respeto y afecto, al tiempo que le dieron calabazas, con el descortés desplante, varios ministros, en funciones, así como los anunciados socios de investidura.

La heredera de la Corona confía en los españoles y pide que los ciudadanos confíen en ella.

Un saludable deseo y un laudable propósito, un ejercicio de reciprocidad que entraña seguridad en sí misma y destila indudable empatía.

La democracia y la libertad, como le recordó  el Rey, Don Felipe, a su hija, precisa de un cuidado continuo y de una mejora permanente.

Una destacable muestra de inteligencia emocional clave en el liderazgo para sintonizar con las nuevas generaciones y con la diversidad y pluralidad que conforma nuestra actual sociedad, necesaria para construir un futuro esperanzador.

José María Torras Coll

Sabadell

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