Se cumplen 61 años de «LA RIADA» de 1962, que causó en la comarca del Vallés incalculables destrozos y un considerable número de muertes.

Lo que a continuación se expone son los recuerdos de quien entonces era un niño de 3 años y medio.

La noche del día 25 de septiembre mi padre estaba en Cerdanyola, esa semana le tocaba trabajar en turno de noche en una empresa que entonces contaba con algo más de mil trabajadores repartidos en tres turnos de mañana, tarde y noche; la producción sólo paraba el domingo que se dedicaba a la limpieza y ajuste de la maquinaria.

En nuestra casa de entonces, en la calle Apeninos, sólo estábamos mi madre, mi hermano José, entonces un bebé de pocos meses y yo, que a pesar de tener tan sólo 3 años y medio, guardo  aún muy vivos los recuerdos de ese momento y sobre todo los del día que siguió a esa noche del diluvio, porque diluvio pareció la  media hora escasa en que se abrieron los cielos y el agua anegó la tierra.

Entonces no estaban aún levantadas las paredes medianeras de los patios de las casas y puesto que estábamos solos y ante el cariz que estaba tomando la tormenta, de la familia de al lado vivieron a buscarnos para que nos refugiásemos con ellos en una casa más grande y de mayor consistencia. No habíamos acabado de cruzar el patio cuando oímos un gran ruido procedente de nuestra casita. Mi madre, mi hermano José y yo pasamos esa noche en casa de estos vecinos, paisanos y conocidos de la infancia del pueblo de mi padre. Al amanecer el día 26 pudo verse la magnitud de la tragedia, muy pocas casas conservaban el techo, en la mayoría había cedido a la presión del agua, y en las que había resistido, las tejas estaban bastante dañadas.

Los niños, habíamos muchos en esas cuatro calles, los niños mirábamos  con asombro lo sucedido, lo tomábamos como un juego, afortunadamente entre nosotros no habían habido víctimas, era una de las pocas ventajas que tenía el barrio, La Planada del Pintor en la zona de Sant Julià d’Altura; estábamos en la parte alta del barrio y de la la ciudad, en llano y con un leve declive del terreno, ello hizo que las  aguas respetasen el barrio y pasasen de largo hacía las partes bajas de la ciudad .

Ese día nadie acudió al trabajo, los vecinos se afanaban en salvar lo que podían de sus maltrechas casas, no sabíamos nada de mi padre hasta que por fin le vimos aparecer con su bicicleta BH, también se había salvado, había vuelto desde Cerdanyola, en bicicleta y a oscuras, dando un enorme rodeo; ya se habían visto muertos por algunas zonas y mi padre, con su BH, sólo aspiraba a llegar a casa y conocer el estado de su familia. El hecho de estar todos bien hizo que el hombre no le diera importancia al hundimiento del techo de la casita, poco habíamos perdido, pues poco había en la misma.  No recuerdo tristeza entre los vecinos, sino alegría por estar vivos y mucha colaboración entre todos en el desescombro de casas y recuperación de pertenencias.

Tres meses después, repuestos del poder de las aguas, tuvimos la gran nevada, afortunadamente aquí los daños fueron escasos, aunque los vecinos tuvieron que cavar zanjas en la nieve, ya helada, para poder pasar de uno al otro lado de la calle.

Los niños, que nunca habíamos visto la nieve, nuevamente nos lo tomamos como una fiesta. 

Por Antonio

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